Hace unos meses, fuimos invitados como integrantes de Hobbialo, a participar en la Jornada Interdisciplinaria de Integración de Saberes (J.I.I.S.) en nuestro querido colegio secundario, el I.P.E.M. Nº37. Fue allí, en donde cursamos “la secundaria”1.
Pero esta invitación no fue casual.
Un comentario en una de nuestras historias de hobbistas, que no había pasado desapercibido, nos decía:
–”¡Me encanta, Pato, este espacio! ¡Felicitaciones! ¡Es realmente muy interesante!”. –Su autora, Vanesa Simonetti, es hoy la directora del colegio secundario. Ella, fue una de mis profesoras –puntualmente, de historia– y con esto, quiero decir, que nos conocíamos desde antes, mucho antes de Hobbialo.
Inevitablemente esto despertó una anécdota en mi mente. Sentí que me remontaba al pasado, cuando era su alumno y que me estaba poniendo ese nueve o diez que yo esperaba, después de un examen en el que había escrito ¡cuatro hojas! Sí, parece que, después de todo, ¡mis textos habían cobrado sentido! Aunque, mis errores de ortografía, aún hoy, siguen intactos.
La anécdota
Sin lámpara de deseos, ni genio apareciendo, la nube de imaginación, me llevó a estar cursando el “secundario”, allá por el año 2000. Todo sucedió en una evaluación de historia, dictada por la profesora Vanesa, en la que respondiendo a las consignas ¡había escrito cuatro hojas!
Yo, Mauricio Vilche, era un alumno promedio, pero con muchos errores de ortografía. Para mí, escribir cuatro hojas en un examen, ¡era un montón!
Cuando llegué a mi casa, estaba feliz y contento por mi desempeño y, ante la pregunta de mi mamá sobre cómo me había ido en la prueba, ¡le respondí con la cabeza en alto y orgulloso!: –”¡Re bien, mami!, ¡escribí más de cuatro hojas! ¡Esta vez, estoy seguro de que me “saco” un nueve o un diez!”.
A la siguiente semana, al recibir el examen y ver mi nota, sentí que mis espectativas se habían ido al “carajo”: ¡tenía un enorme y rotundo “cuatro” en rojo!. –¡¿Qué?! –Oí, dentro de mi cabeza. –¡No lo podía entender! ¿Cómo era posible que no haya aprobado? ¡Si había escrito más de cuatro hojas! Levanté mi cabeza, e hice sentir mi queja en voz alta: ¡quería saber qué había pasado!
Con mucha paciencia, Vanesa, me explicó que ella notaba que yo había estudiado, pero en el examen había varios textos –que yo había escrito–, que no existían en los libros de historia. Además, muchos errores de ortografía y algunas palabras inventadas. Por ejemplo, un punto del examen refería a los habitantes de Turquía, a quienes yo llamé “los turqueses”, en lugar de “los turcos”. Pero yo, por supuesto, le argumenté este error. Mi conclusión era que, si a los habitantes de Japón, los llamábamos “japoneses”, y a los de Francia, “franceses”; era obvio que a los habitantes de Turquía debían llamarse “turqueses”.
En fin, mi argumento de defensa, fue bastante eficaz pero para desatar las risas de mis compañeros.
Ahora sí, a planificar la propuesta
Más allá de esa anécdota, y volviendo al comentario sobre nuestra publicación, es que se lo hago saber a Gerardo, –de ahora en adelante “kechu”, quien me acompaña en cada pequeño paso de Hobbialo–. Es justo en esa misma conversación, en donde se le ocurrió una interesante idea: proponerles a los alumnos de la escuela secundaria replicar parte de lo que hacemos. ¿Por qué? Porque creemos que, esto de entrevistar a una persona sobre lo que le apasiona, es una puerta que se abre como punto de partida, para que se comiencen a entrelazar un sinfín de conversaciones que, lamentablemente, ya no estamos teniendo habitualmente.
En mi caso, al entrevistar a mi mamá y a mi abuela, descubrí cosas de sus pasados que no sabía, más allá de convivir con ellas a diario. A partir de esas entrevistas, nuestros vínculos habían cambiado para mejor. Es por eso que, entendíamos que podrían llegar a ser un buen puente para que los alumnos vivieran este tipo de experiencias, que nosotros la llamamos “la experiencia Hobbialo”. Considerábamos que esta iniciativa podría ser muy valiosa para los estudiantes, ya que les brinda la oportunidad de desarrollar habilidades de investigación y escritura, además de fomentar la curiosidad y la creatividad. Asimismo, creemos que podría ser una forma efectiva de promover el respeto por la diversidad de intereses y habilidades en el colegio.
Unos días después, presentamos una nota por escrito al colegio, dirigida a la directora Vanesa, la actual directora del establecimiento, quien nos contestó casi de inmediato diciendo que le encantaba la propuesta. A su vez, nos citó en su oficina para charlar más sobre la iniciativa. Al reunirnos, la nostalgia me invadió. Creo que la última vez que entré al colegio secundario fue mientras cursaba tercer año, hace más de 20 años.
Mientras esperábamos con “kechu”, Vanesa apareció de entre los alumnos que estaban en el recreo y nos hizo pasar a la dirección. Estaba contenta de que dos ex-alumnos estuviésemos proponiendo una idea a la institución. Casualmente, ellos realizan dos veces al año una actividad que integra a todas las áreas del colegio, la llamada J.I.I.S.. Entendían que Hobbialo y los hobbies podía ser un lindo tema para tratar en esas actividades. Por nuestra parte, ampliamos un poco más la idea y nos ofrecimos a brindar una charla con los docentes y con los alumnos, si consideraban que era necesario. Al final, nos quedamos unos minutos más, rememorando algunas de las tantas anécdotas vividas en nuestro paso por la institución. Nos fuimos muy felices por la conversación.
La presentación
Todo iba de maravilla hasta que un mensaje de una de las profesoras apareció en mi celular: –¡Pato! ¿Ustedes podrían venir este viernes y el lunes que viene a dar una charla a los chicos del colegio? –Hola Mari, sí, por supuesto. Déjame consultar si kechu puede, y si me dice que sí, ¡allí estaremos! Si bien, no parecía nada del otro mundo, ya que, tenemos bastante clara la idea de Hobbialo y los beneficios de los hobbies, debo admitir que exponer frente a cien alumnos me causaba cierto nerviosismo. Pero por suerte, mi compañero, además de tener nervios de acero, ya tiene experiencia en dar charlas y exponer.
Esa misma noche, nos juntamos con el mate y las computadoras, para crear una presentación y planificar cómo sería la charla: tiempo de duración, temas a ver, actividades, etc. Hasta este punto, todo iba de maravilla. Hasta que los nervios comenzaron a hacer lo suyo. En mi caso, al contrario de no hablar, hacían que hablara de más, mucho más. Ensayé un par de veces el guión y traté de ser lo más breve posible. Sin embargo, no conseguía hacerlo; siempre terminaba hablando de algo que no estaba previsto.
El gran día llegó
–¡Gerardo! Pásame a buscar, que estoy a “pata”.
–Claro, Pato. Ahí paso. Llevo el mate y la compu. Llevá la tuya por las dudas.
Al subirme a su auto, Gerardo se frotaba las manos como diciendo: “Hoy es un gran día para Hobbialo”. Puso primera y partimos rumbo al colegio.
Al llegar, los alumnos estaban todos sentados en el suelo: parecía un estadio. Mis nervios cada vez más presentes, me hacían dudar de lo que había ensayado. Por suerte, kechu parecía estar casi anestesiado, muy tranquilo. Llegó Vanesa y nos dijo que faltaba un “ratito” y nos invitó a pasar a la sala de los profesores. Allí, encontramos a Naty, mi amiga y anteriormente compañera de curso, quien ahora era profesora. Conociéndonos muy bien y sabiendo que mi paso por el secundario no había sido el más ejemplar, me dijo: –”¿Quién te ha visto y quién te ve? Ja ja ¿quién diría que estarías años después dando una charla en el colegio?”.
–Te soy sincero, Naty. Jamás pensé estar en esta situación, ja ja.
Sin embargo, ahí estaba. A minutos de exponer sobre algo que me apasiona y sobre los hobbies. Nuevamente, saliendo de mi zona de confort, enfrentando los nervios. Al igual que al escribir, a pesar de no ser escritor, estaba a punto de exponer sin tener ninguna experiencia previa en ello. Pero no importaba cómo saliera, si bien o mal. Lo importante era el mensaje.
–”Chicos, llegó la hora” –Nos avisó Vanesa, sonriendo.
–Bueno Vane, ¡vamos nomás! Pero antes, ¿pueden repartir estos papeles a cada uno de los chicos? Se trata de una actividad.
En el papel había un espacio para completar con el nombre de cada alumno y debajo, un gran espacio en blanco donde debían escribir qué les apasionaba hacer. Seguido por esta frase: “La búsqueda del hobby es un viaje emocionante y personal. Lo más importante es seguir sus pasiones, experimentar y disfrutar del proceso de descubrimiento”.
Nos levantamos y caminamos hacia un salón repleto de estudiantes. Me comenzaron a sudar las manos, mientras kechu acomodaba la computadora y preparaba el mate frente a todos, como si estuviera en su casa. Yo, me sentía cada vez más nervioso, empecé a mirar a los chicos y reconocí dos rostros familiares: mi ahijada Lola y mi primo Juan, a quienes saludé con un gesto y ellos hicieron como que no me conocían. Claro, recordé que a esa edad es un “quemo”. De repente, de mi boca y sin mucho pensar, salió un tembloroso: –“Hola a todos”, seguido de un “gracias por brindarnos el espacio. Estamos muy contentos de estar aquí. Les confieso que estoy nervioso, pero vamos a tratar de que salga todo bien”.
En nuestras manos teníamos una hoja que hacía de guía con un paso a paso de lo que debíamos hablar. Sabiendo que mis nervios no me permitirían seguir esa hoja de ruta, la dejé sobre el banco y decidí contarles mi experiencia, cómo y por qué nació la iniciativa de hacer este blog en donde contamos “historias de hobbistas”, la relación de los hobbies con nuestra pasión, y cómo se convierten en un agente importante para encontrar la felicidad. Kechu, por su parte, me miraba y trataba de seguirme la corriente, pero sin descuidar los pasos que dictaba aquella hoja para no dejar de mencionar lo importante.
A medida que los minutos pasaban, los nervios disminuían y la charla fluía con total normalidad, permitiéndome disfrutar mucho de ese momento. Les mostramos los beneficios de tener un hobbie, pero fundamentalmente, decidimos hablar sobre aquellas cosas que descubrimos sobre los hobbies desde nuestra experiencia. La información técnica, la podrían encontrar en internet; no hacía falta extenderse mucho sobre eso. Fue entonces que comenzamos a hablar sobre la importancia de tomar decisiones alineadas con lo que nos apasiona, los vínculos de la pasión con nuestra felicidad, la pasión como combustible para alcanzar nuestras metas, el concepto de IKIGAI (razón de ser) y, por último, mostramos algunas de nuestras historias y las repercusiones que habían tenido en los lectores, en los hobbistas y en nosotros.
Por último, les dijimos que ese papel que les dimos al comenzar la charla, en donde habían escrito su pasión, lo guarden como un tesoro. Muchas veces perdemos de vista lo que amamos hacer por dedicarnos a lo que, por diferentes influencias, parece correcto hacer. Les dijimos que se sientan afortunados, porque no todas las personas han descubierto su pasión y que muchas personas esperan a jubilarse para preguntarse qué les gustaría hacer en sus vidas.
Conclusión
Aquella experiencia de compartir nuestra pasión y conocimientos con los estudiantes del colegio fue realmente enriquecedora. A pesar de los nervios iniciales, pudimos transmitir el mensaje que tanto nos apasiona: la importancia de seguir nuestros hobbies y pasiones como camino hacia la realización personal y la felicidad.
Al mirar a esos jóvenes rostros expectantes, recordamos nuestra propia juventud y los momentos en los que estábamos buscando nuestro camino. Esperamos haberles inspirado a explorar sus propias pasiones y a tomar decisiones alineadas con lo que realmente les apasiona.
La respuesta positiva de los estudiantes y la oportunidad de despertar su curiosidad y creatividad nos confirmaron que la “experiencia Hobbialo” era más que una simple charla. Era un puente hacia conversaciones significativas, hacia la búsqueda interior y hacia un enfoque de lo que realmente importa en la vida.
Al guardar aquellos papeles en donde plasmaron sus pasiones, les recordamos que la vida es corta y valiosa, y que nunca es demasiado temprano para perseguir lo que aman. Las historias y los ejemplos compartidos ese día, se convirtieron en semillas de inspiración que, con suerte, germinarán a lo largo de sus vidas.
Así que, mientras dejábamos atrás el colegio, no sólo lo hacíamos con una sensación de deber cumplido, sino también con un renovado sentido de propósito. A través de nuestros propios recuerdos y experiencias, habíamos tocado las mentes y los corazones de aquellos jóvenes, animándoles a abrazar sus pasiones, a vivir con autenticidad y a buscar la felicidad en cada paso del camino.
Nota aclaratoria:
1 En mi caso (Mauricio Vilche), estuve hasta el tercer año para luego asistir a la escuela del trabajo –I.P.E.M. Nº49– de Villa María, en donde aprendí, entre muchos otros oficios, la carpintería.